viernes, 20 de noviembre de 2009

Cruce de la Calle 42 con la 8ª Avenida

En pocas horas la temperatura había descendido alrededor de 20º C, o lo que es lo mismo, 68º F, que es la escala que se utiliza en Nueva York. Habíamos ido a recoger un paquete, cuyo contenido desconocíamos, al edificio de la antigua aduana en Ellis Island, muy cerca de la orilla de New Jersey. Pero las cosas pintaban mal pues las personas que debían hacernos la entrega no aparecieron. No esperamos mucho pues nos lo habían recomendado así. Algo iba mal y nosotros no queríamos meternos en ningún lío, aunque parecía que ya lo habíamos hecho. Miré entre la gente buscando señales de alerta pero había demasiado desorden, turistas de todo el mundo que visitaban el edificio de la antigua aduana que fué puerta de entrada para millones de inmigrantes, reconvertido después de años de abandono en museo de la inmigración. Tomamos un Water Taxi en el Río Hudson y regresamos a Manhattan por el muelle de la calle 42. Hacía frío y nos faltaba abrigo pues tratabamos de proteger con las escasas prendas que teníamos a nuestra pequeña bebe que apenas tenía 8 meses. Decidimos entrar a una pequeña cafetería que encontramos en el camino y tomar algo que nos hiciera entrar en calor. Nos sentamos en una mesa desde la que podíamos controlar la entrada a la cafetería. No es que pensaramos que alguien nos estaba siguiendo, solo es una manía mía desde que vi en una pelicula de gangsters que el protagonista salvaba su vida gracias a esa medida tan facil de tomar, buscando la seguridad de una esquina entrante. No sabíamos pues que también nos iba a servir para darnos cuenta de que tal vez alguién nos había seguido desde la isla Ellis, al otro lado del río. La pequeña cafetería tenía un gran ventanal sobre el que daba el sol y en el que podían verse los productos que se ofrecían en el interior: pizzas variadas, hamburguesas y tartas de queso. Dos hombres con abrigo de marinero, cuello alzado y gafas de sol oscuras pasaron por delante de la cafetería mirando al interior. Parecía que seguían su camino hacia arriba pero se detuvieron frente al escaparate. Entonces uno de ellos acercó su cara a la cristalera y protegiendose con ambas manos del resol miró hacia dentro. Luego golpeó con el codo izquierdo a su compañero, que miraba distraído hacia otro lado, y le señaló con la cabeza la puerta de la cafetería. Los dos sospechosos entraron y se acercaron con determinación y seriedad al mostrador, mirandonos a todos los que estabamos alli, escrutando el salón tintado de sombra por sus lentes. Nos quedamos en silencio y respiré hondo tratando de controlar mi pulso. El aire me infló el pecho y alcé mi mirada hacia ellos dispusto a enfrentarles. Si ellos nos vigilaban yo estaba haciendo lo mismo con ellos. Nuestra pequeña hija se había dormido dentro de la mochila portabebés que yo cargaba, lo que nos facilitaba un poco la inquietante situación. Le hice una señal a The Wonderful & Beautiful Black Girl y me guiñó un ojo a modo de respuesta. Dejé 25$ sobre la mesa y salimos discretamente. Seguimos subiendo por la calle 42 y al llegar al cruce con la 9ª Avenida miré hacia atras para cerciorarme de que no nos seguían. Fué entonces cuando vi a los dos hombres escondidos detrás de sus gafas, mirando hacia el rio, pero uno de ellos, el mismo avispado de la cristalera, se volteó y miró hacia nosotros; volvió a golpear con el codo a su compañero y señaló con su cabeza hacia nosotros.

El semáforo se demoraba en cambiar y los tipos se iban acercando poco a poco. Por fín cambió la luz a verde y cruzamos la Avenida sin mirar atrás, sintiendonos, ahora sí, perseguidos. A nuestra derecha se elevaba el edificio de La Terminal de Autobuses de La Autoridad Portuaria, (The Port Authority Bus Terminal). El ajetreo a esa hora de la tarde era intenso. Miles de personas se alborotaban en las galerías y los grandes halls de la estación, escaleras arriba o escaleras abajo, unos corriendo otros caminado al paso, cada cual en sus tribulaciones, nadie prestando atención a nadie, cada cual buscando su enlace, su autobus, su línea de metro para regresar a su hogar después de una nueva jornada de trabajo alejado de los suyos. Pensamos en un instante y sin decirnos nada cruzamos entre el tráfico, sorteando la embestida de los carros. Un bocinazo de autobus me hizo voltear la mirada cuando ya ibamos a traspasar la puerta de la estación. Los dos tipos habían estado a punto de ser arrollados por un autobus urbano de NYC. Corrían, ahora sí, para darnos alcance. En el interior nocotros también corríamos, agarrados de la mano, apretandola con firmeza para no separarnos allí, ahora, y para no separarnos jamás. Casi podíamos masticar los latidos acelerados de nuestros corazones; un gusto amargo se apoderaba de nuestros paladares; no podía ser otro que el sabor a miedo, maldita sea.

La niña seguía durmiendo, qué bien, y yo sujetaba con mi corazón en las manos su cabecita contra mi pecho. Corriamos sin saber a dónde, sorteando a la gente que no se apartaba. Sentía a ratos que nos pisaban los talones y me desesperaba pensar que podía ocurrirnos algo malo. LLegamos hasta otra puerta y salimos por ella a la calle. Estabamos en la 8ª Avenida, justo al frente del nuevo edificio de The New York Times. No queríamos ser noticia en su próxima edición. Cruzamos la calle y entramos al New York Times Building masticando nuestros asustados corazones. Detras de nosotros se quebró la incertidumbre bajo las ruedas de un camión de bomberos. Salimos de nuevo a la calle y nos alejamos de allí sin mirar atras.....



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